«¡Oh, no dejes que se extinga la llama! Protegida edad tras edad en su oscura caverna en sus santos templos cuidada. Alimentada por sacerdotes puros de amor- ¡no dejes que se extinga la llama!»
Un día que había empezado a reflexionar sobre los seres, y que mi pensamiento volaba en las alturas mientras mis pensamientos corporales estaban atados como les ocurre a aquellos a los que vence un pesado sueño traído por exceso de alimento o por una gran fatiga del cuerpo, me pareció que ante mí se aparecía un ser inmeso de tamaño, más allá de cualquier medida definible que, llamándome por mi nombre, me dijo: “¿Qué es lo que quieres ver y escuchar o, con el pensamiento, conocer y aprender?”