sábado, 26 de noviembre de 2011

IGLESIA DE SAN PABLO

Valladolid

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IGLESIA CONVENTUAL DE SAN PABLO


Este “retablo de piedra al aire libre”, como ha sido definida la fachada, sirve como emblema de una larga historia de la presencia de los dominicos en Valladolid.


Desde 1276, cuando comienza su andadura hasta hoy, salvada la obligada ausencia de los frailes predicadores, debida a la desamortización y exclaustración desde 1835 hasta 1893. En esta última fecha, los frailes dominicos retornan a la iglesia, aunque sin poder disponer del convento por haber sido destruido.

La fachada de la iglesia de San Pablo ha sido, al menos desde hace quinientos años, testigo y paso obligado al interior del templo de numerosísimos visitantes asiduos y esporádicos, de curiosos y piadosos, de grandes y pequeños, de notable y de gente común. No en vano, en esta iglesia recibieron sepultura personas de alta alcurnia: el infante don Alfonso, hijo de Sancho IV y María de Molina, el rey Juan II hasta su traslado a la Cartuja de Miraflores (Burgos), la reina María de Portugal, esposa de Felipe II. En este templo fueron bautizados los reyes Felipe II, Felipe IV y la hija de Felipe III, doña Ana Mauricia, además de convertirse en escenario de grandes asambleas y capítulos de Órdenes Militares, de Cortes del Reino.

Fachada de la Iglesia de San Pablo
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Siendo como es su principal función el servir de reclamo para acceder al templo y rezar, la fachada, desde su conclusión, quedó convertida en lugar de encuentro y referencia indispensable en la historia vallisoletana. Su Plaza -de San Pablo y/o de Palacio- quedó para siempre transformada en testigo pétreo de celebraciones. Punto de partida o de llegada de procesiones, comitivas y celebraciones al aire libre. Tapiz que ampara el discurrir de la vida cotidiana; el ir y venir del vecindario al Palacio Real, mientras la Corte tuvo aquí su sede (1601-1606). También de acontecimientos religiosos que celebra la Ciudad y del esplendor que proporciona el deambular de los nobles aposentados en los palacios del entorno -de los condes de Rivadavia y de Miranda-, junto con las fiestas de pólvora y toros que tienen lugar en esta Plaza.

Sobre todo en los primeros años del siglo XVII, merced al empeño del Duque de Lerma, patrono del convento, este templo de San Pablo luce más y su imagen sale extramuros de la historia local. Testigos singulares, como el portugués Pinheiro da Veiga en su obra Fastigina, o viajeros de otros países que llegan a Valladolid, y después divulgan sus impresiones, supieron captar la belleza de la fachada y del interior y proclamarlo a los cuatro vientos. Como así lo hizo Lorenzo Vitale: “En Valladolid, cerca del palacio del Rey, había un Colegio que daba a un monasterio de religiosos de Santo Domingo, que se llama iglesia de San Pablo, cuyos colegio y monasterio son los más hermosos y ricos lugares que se pueden encontrar”.

Hoy seguimos rindiendo nuestro reconocimiento a cuantos patrocinaron esta gran obra -desde la reina doña María de Molina, el cardenal dominico Juan de Torquemada, fray Alonso de Burgos, hasta el Duque de Lerma- y, en especial, sus artífices el maestro Simón de Colonia, junto con otros artistas que remodelaron y ampliaron la fachada en la parte alta, tal y como hoy puede contemplarse.

En el siglo XIX, seguía siendo la imagen representativa de la arquitectura vallisoletana. Cuando en 1835 la reina Isabel II visita Valladolid será obsequiada con una pintura de la fachada, obra del pintor vallisoletano José Alzola. Y hoy, ya en el tercer milenio, cuando ha finalizado su reciente restauración, sigue sin perder la primacía a la hora de representar a la Ciudad.


La estructura de la fachada está formada por tres cuerpos. El bajo, terminado en la imposta que corre sobre el gran rosetón central, desde donde parte el segundo cuerpo, hasta el frontón triangular, tercer cuerpo y remate de la fachada. Debidamente documentada la intervención del escultor burgalés Simón de Colonia, así como el abono de la obra que todavía no estaba concluida cuando muere su mecenas el dominico Fray Alonso de Burgos, según reclama aquél ante los testamentarios.

Siendo la fachada principal “la joya del Convento” y fray Alonso de Burgos uno de sus más notables benefactores, no extraña el lugar elegido para certificar su munificencia. Fray Alonso está representado en el tímpano del cuerpo en la escena de la Coronación de la Virgen María. Tal motivo encaja plenamente con la iconografía y devociones marianas que la orden dominicana siempre tuvo especial afán de propagar. Quien fuera sucesivamente fraile, prior del convento de San Pablo, confesor de la reina Isabel la Católica, obispo de Palencia, quiso perpetuar su memoria. Así, el obispo fray Alonso de Burgos arrodillado y revestido con los atributos pontificales, capa pluvial decorada con lises, mitra y báculo, convirtiéndose en testigo excepcional de la ceremonia. Nuestra Señora ocupa el centro de la escena ante la presencia del Padre Eterno, Cristo y el Espíritu Santo. A los lados, los santos Juanes -evangelista y Bautista- y, fuera de escena, santos dominicos: el fundador santo Domingo de Guzmán, santo Tomás de Aquino, san Vicente Ferrer y san Pedro Mártir. Sobre el fondo del relieve destaca la decoración de escamas, característica de las obras ejecutadas por el maestro de Colonia.


Conviene advertir que, en los primeros años del siglo XVII, en la remodelación de la fachada llevada a cabo tras obtener don Francisco Gómez de Sandoval y Rojas, duque de Lerma, el patronato sobre el Convento, este importante personaje de la corte de Felipe III tuvo especial interés en ocultar los blasones del dominico. En efecto, enseguida quedó cumplida la orden de limar la superficie de los escudos sostenidos por los ángeles que, de la noche a la mañana, pasaron de cobijar la flor de lis – escudo de Fray Alonso de Burgos- a ostentar la barra y estrellas de Lerma. El Duque de Lerma no quería compartir con nadie la fama que, sin duda, merecen cuantos intervinieron, con su peculio o su genio artístico, en la realización de esta singular obra. Pero el famoso Fray Mortero, como era conocido Fray Alonso de Burgos -por proceder del valle de Mortera o por sus afanes de edificación-, sigue imperturbable integrado en la principal escena de la fachada. Un merecido recuerdo para quien en Valladolid contribuyó a poner en pie el convento de San Pablo y el contiguo Colegio de San Gregorio.


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FOTOGRAFÍAS



















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