Valladolid
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IGLESIA CONVENTUAL DE SAN PABLO
Este “retablo de piedra al aire libre”, como ha sido definida la fachada, sirve como emblema de una larga historia de la presencia de los dominicos en Valladolid.
Desde 1276, cuando comienza su andadura hasta hoy, salvada
la obligada ausencia de los frailes predicadores, debida a la desamortización y
exclaustración desde 1835 hasta 1893. En esta última fecha, los frailes
dominicos retornan a la iglesia, aunque sin poder disponer del convento por
haber sido destruido.
La fachada de la iglesia de San Pablo ha sido, al menos
desde hace quinientos años, testigo y paso obligado al interior del templo de
numerosísimos visitantes asiduos y esporádicos, de curiosos y piadosos, de
grandes y pequeños, de notable y de gente común. No en vano, en esta iglesia
recibieron sepultura personas de alta alcurnia: el infante don Alfonso, hijo de
Sancho IV y María de Molina, el rey Juan II hasta su traslado a la Cartuja de
Miraflores (Burgos), la reina María de Portugal, esposa de Felipe II. En este
templo fueron bautizados los reyes Felipe II, Felipe IV y la hija de Felipe
III, doña Ana Mauricia, además de convertirse en escenario de grandes asambleas
y capítulos de Órdenes Militares, de Cortes del Reino.
Fachada de la Iglesia de San Pablo * * * |
Sobre todo en los primeros años del siglo XVII, merced al
empeño del Duque de Lerma, patrono del convento, este templo de San Pablo luce
más y su imagen sale extramuros de la historia local. Testigos singulares, como
el portugués Pinheiro da Veiga en su obra Fastigina, o viajeros de otros países
que llegan a Valladolid, y después divulgan sus impresiones, supieron captar la
belleza de la fachada y del interior y proclamarlo a los cuatro vientos.
Como así lo hizo Lorenzo Vitale: “En Valladolid, cerca del palacio del Rey,
había un Colegio que daba a un monasterio de religiosos de Santo Domingo, que
se llama iglesia de San Pablo, cuyos colegio y monasterio son los más hermosos
y ricos lugares que se pueden encontrar”.
Hoy seguimos rindiendo nuestro reconocimiento a cuantos
patrocinaron esta gran obra -desde la reina doña María de Molina, el cardenal
dominico Juan de Torquemada, fray Alonso de Burgos, hasta el Duque de Lerma- y,
en especial, sus artífices el maestro Simón de Colonia, junto con otros
artistas que remodelaron y ampliaron la fachada en la parte alta, tal y como
hoy puede contemplarse.
En el siglo XIX, seguía siendo la imagen representativa de
la arquitectura vallisoletana. Cuando en 1835 la reina Isabel II visita
Valladolid será obsequiada con una pintura de la fachada, obra del pintor
vallisoletano José Alzola. Y hoy, ya en el tercer milenio, cuando ha finalizado
su reciente restauración, sigue sin perder la primacía a la hora de representar
a la Ciudad.
La estructura de la fachada está formada por tres cuerpos.
El bajo, terminado en la imposta que corre sobre el gran rosetón central, desde
donde parte el segundo cuerpo, hasta el frontón triangular, tercer cuerpo y
remate de la fachada. Debidamente documentada la intervención del escultor
burgalés Simón de Colonia, así como el abono de la obra que todavía no estaba
concluida cuando muere su mecenas el dominico Fray Alonso de Burgos, según
reclama aquél ante los testamentarios.
Siendo la fachada principal “la joya del Convento” y fray
Alonso de Burgos uno de sus más notables benefactores, no extraña el lugar
elegido para certificar su munificencia. Fray Alonso está representado en el
tímpano del cuerpo en la escena de la Coronación de la Virgen María. Tal motivo
encaja plenamente con la iconografía y devociones marianas que la orden
dominicana siempre tuvo especial afán de propagar. Quien fuera sucesivamente
fraile, prior del convento de San Pablo, confesor de la reina Isabel la
Católica, obispo de Palencia, quiso perpetuar su memoria. Así, el obispo fray
Alonso de Burgos arrodillado y revestido con los atributos pontificales, capa
pluvial decorada con lises, mitra y báculo, convirtiéndose en testigo
excepcional de la ceremonia. Nuestra Señora ocupa el centro de la escena ante
la presencia del Padre Eterno, Cristo y el Espíritu Santo. A los lados, los
santos Juanes -evangelista y Bautista- y, fuera de escena, santos dominicos: el
fundador santo Domingo de Guzmán, santo Tomás de Aquino, san Vicente Ferrer y san
Pedro Mártir. Sobre el fondo del relieve destaca la decoración de escamas,
característica de las obras ejecutadas por el maestro de Colonia.
Conviene advertir que, en los primeros años del siglo XVII,
en la remodelación de la fachada llevada a cabo tras obtener don Francisco
Gómez de Sandoval y Rojas, duque de Lerma, el patronato sobre el Convento, este
importante personaje de la corte de Felipe III tuvo especial interés en ocultar
los blasones del dominico. En efecto, enseguida quedó cumplida la orden de
limar la superficie de los escudos sostenidos por los ángeles que, de la noche
a la mañana, pasaron de cobijar la flor de lis – escudo de Fray Alonso de
Burgos- a ostentar la barra y estrellas de Lerma. El Duque de Lerma no quería
compartir con nadie la fama que, sin duda, merecen cuantos intervinieron, con
su peculio o su genio artístico, en la realización de esta singular obra. Pero
el famoso Fray Mortero, como era conocido Fray Alonso de Burgos -por proceder
del valle de Mortera o por sus afanes de edificación-, sigue imperturbable
integrado en la principal escena de la fachada. Un merecido recuerdo para quien
en Valladolid contribuyó a poner en pie el convento de San Pablo y el contiguo
Colegio de San Gregorio.
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FOTOGRAFÍAS
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